sábado, 24 de marzo de 2018

DENTRO DEL BOTIJO, LA LIBERTAD

Ubicado en algún punto entre Santaliestra y San Quílez en la comarca oscense del Alto Ribagorza, Aguilar tuvo 148 vecinos en 1940 y descendió a dos en el 2001.

Quince años después, totalmente deshabitado, las piedras caídas de las casas de antaño flotan en la montaña como la dentadura postiza de un muerto olvidado en el vaso de agua de la eternidad.

Las dentaduras sin dueño y los pueblos vacíos, se parecen.

Ambos rosigan el tiempo y esperan una risa que jamás volverá.

Mi pueblo turolense, a unos cuantos quilómetros de su hermano norteño, se apellida del Alfambra y también se llama Aguilar.

Y como él tenía 148 vecinos hace algún invierno.

Hoy quedan veinte almas y no sé qué pensar.

No pienso.


Pero a veces lloro recorriendo sus calles, eras y majadas.

Rellenando sudokus de pasado con la memoria y su vértigo.

Sus dientes blancos, anclados en la loma, anticipan caries de ardua soledad.

Yo miro distraído la voz del campanario y reescribo la plaza donde aprendí a besar y sostengo un silencio que otrora fue cubata mientras la orquesta toca un limpio cha cha cha.

Me duele su mañana más que mi presente porque estando vivo no lo quiero ver flotar.

Postizo o real, Aguilar del Alfambra masca la memoria con pasión diligente y aunque yo no lo vea, ha de aletear.


Siempre habrá un recuerdo que rescate  la prótesis de su triste deriva centenaria, un temblor que siembre mi pueblo en sus cascajos cuando grazne el erial.

Y una palabra loca saciará en la fuente los pasos perdidos del último habitante campesino, dará luz al botijo, mirará a la ciudad.

Y caerá otro día sobre el tiempo diluido.

Dentro del botijo, la libertad.

Dani Izquierdo (Aguilar del Alfambra)

Nota: Carmen, tataranieta del pueblo oscense de Aguilar, me cuenta que su tatarabuelo, secuestrado por una demencia inexorable, traspasó la vida susurrando la última frase de éste mi texto: "Dentro del botijo, la libertad." No sabía si era pertinente comentármelo. Yo ignoraba si era oportuno publicarlo en la intimidad de este muro plenamente abierto. Carmen no solo me dio permiso, me pidió que lo hiciera por rendirle homenaje a su "tatarayayo" cestero.

Ese y no otro es el último valor de la palabra: con las hebras de la experiencia humana, tejer cestas de vida entre los vivos y los muertos.

miércoles, 21 de marzo de 2018

ALGUNAS VECES

El 21 de marzo comienza la primavera en nuestro hemisferio. La primavera es una estación anual vinculada con el renacer de la vida pero también con los sentimientos e, indirectamente, con la poesía

Hace casi cinco años, Diago Colás escribió "Algunas veces". Un poema dedicado a los álamos negros trasmochos en el marco de la celebración de la V Fiesta del Chopo Cabecero, celebrada en el valle del río Pancrudo, en Lechago y Cuencabuena.

Hoy día 21 de marzo queremos celebrar el Día Internacional de la Poesía -y también el Día Internacional de los Bosques- trayendo a nuestro blog aquellos versos y acompañándolos con tres fotografías de Chusé Lois Hernando.


Algunas veces, si los aromas son propicios,
las otoñales lágrimas de los árboles gigantes
invaden la mirada amarilla de los rastrojos
y relatan su historia.

Entonces las casas recuerdan de qué prenda
se vistieron sus alturas para culminar su techumbre.
Entonces el hierro de las estufas emite un silábico
ronroneo y concreta en qué nutritivo fuego
se calentaron sus moradores.


Llegó acto seguido la noche de la industria,
ese paquidermo inamovible que se llevó los pueblos
y también la anciana forma de armar las techumbres,
al hierro que ronronea quedo en las estufas
y el modo de cortar el cabello a los árboles gigantes.

Algunas veces, tan sólo algunas, si la tierra
recién labrada y humeante no se resigna a su abandono
y los nietos convocan los usos de los abuelos,
las foliares lágrimas invaden el amarillo de los rastrojos
y relatan su historia.


Los árboles gigantes se perpetúan furos
aún a pesar de la soledad viscosa del olvido.
Su manto protector se extiende a los coleópteros
y alimenta sus élitros con el maná de sus adentros.

El amanecer de la escamonda irrumpe en la noche
de la industria y les corresponde aguardar calmos
el despertar, por fin, de las yemas tiernas.

Se renuevan así los lazos neolíticos y el ancestral
compromiso de las sociedades con su paisaje.
Se formalizan las nuevas y esperanzadoras uniones
y se derrocaron los exilios y pone fin a los destierros.


Algunas veces, si los aromas son propicios,
las otoñales lágrimas de los árboles gigantes
sirven de fértil sustento a las sociedades
y relatan su historia.

lunes, 19 de marzo de 2018

DÍA INTERNACIONAL DE LOS BOSQUES 2018. LOS SABINARES DEL ALTO ALFAMBRA

El día 21 de marzo se produce el equinoccio de primavera en el hemisferio boreal y el de otoño en el hemisferio austral. Fue la fecha propuesta en 1969 por el Congreso Forestal Mundial para la celebración del Día Forestal Mundial o Día Internacional de los Bosques a la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), entidad que aceptó en 1971. 

La Asamblea General de las Naciones Unidas decidió declarar en 2012 esa fecha como Día Internacional de los Bosques para difundir la importancia que tienen para la vida silvestre y para las personas comenzando a celebrarse el año siguiente.

Si pudiéramos viajar en el tiempo y contemplar el Alto Alfambra un par de miles de años tras la última glaciación y antes de que la huella humana fuera importante nos encontraríamos unos valles y montañas completamente cubiertos por los bosques. Bosques de pino negral (Pinus nigra), de pino royo o albar (Pinus sylvestris)  o de pino moro (Pinus uncinata) irían apareciendo al remontar el valle, desde Galve hasta Gúdar. En los sustratos que pueden retener suficiente agua durante el verano, como ocurre sobre arcillas o margas, y en la frescas umbrías prosperarían el rebollo (Quercus faginea). Enfrente, en las solanas muy expuestas, sobre todo en laderas calizas muy inclinadas, lo haría la carrasca (Quercus ilex). Y, entre pinares, rebollares y carrascales, fomando bosques mixtos, la sabina albar (Juniperus thurifera) que tal vez llegara a formar bosques puros en sustratos yesosos o en zonas afectadas por las inversiones térmicas.

Un poblamiento humano tan antiguo como el que se dio en este valle y tan intenso como el que se produjo tras su especialización en la producción y manufactura de la lana durante los últimos cinco siglos dio origen a los paisajes deforestados que hoy podemos encontrar y que tan bien caracterizan al Alto Alfambra.

Sin embargo, nada está quieto. Los procesos naturales siempre están activos. Aunque lleven unos ritmos temporales muy diferentes de los nuestros, razón por la que a los humanos nos cuesta percibirlos. Un moderado descenso en la carga ganadera durante las dos últimas décadas está originando una incipiente recuperación de la cubierta boscosa tras desencadenarse la sucesión ecológica.


Bajando hacia la vega de Cedrillas por la carretera que viene de Alcalá de Selva, a la altura de la Masía del Cuartal, se levanta un cerro formado por arcillas violáceas y grises areniscas. Un bosquete de sabinas albares albergaba ejemplares de diferentes edades. Las más viejas, fueron aquellos empleadas para dar comida durante el invierno y sombra en el verano. Las más jóvenes, hijas de las primeras, están creciendo tras remitir la  presión de la oveja a partir de semillas diseminadas por los tordos, mirlos y zorros.

Esto mismo pienso cuando recuerdo aquella solitaria y joven sabina albar que encontramos al bajar de la Muela de Camarillas. Esta puede ser la pionera de un futuro bosquete de aquí a cuarenta años. Si se le respeta.


A pesar de las sequías que impiden el desarrollo de las plantas, a pesar de las lluvias torrenciales que se llevan el escaso humus del suelo ... la recuperación del bosque, es un proceso tan lento como inexorable. 

Sólo hay que dejar hacer. 

jueves, 15 de marzo de 2018

POR AMOR

Antes de los temporales, a primeros de febrero, estaba así la vega, con poca agua y nieve, en Jorcas, Teruel. Un peral, sin duda de buenas peras, y por eso respetado por el agricultor (pese a dificultar las labores en la parcela) destacaba con su oscuro, casi negro color, en las tierra rojizas del Cretácico inferior y por su tronco en espiral común en los viejos perales.


El campo labrado, pero el cereal no nacido, evidenciaba el seco invierno, roto sólo hace unos días. En los lugares fríos se oscurecen, no sé porqué, aun más los árboles de corteza oscura, resaltando entre los chopos cabeceros y las saucedas doradas y rojizas que acompañaban al río Alfambra. Su color y la sombra alargada al mediodía era testimonio del pleno invierno. Los frutales de pepita son los favoritos en la tierras altas, les gusta el frío en invierno, la flor se escapa mejor de las heladas, que aquí duran hasta junio, y los veranos cortos son suficientes para madurar sus frutos. Tradicionalmente ellos y las azarollas (Sorbus domestica) eran las únicas fuentes de vitamina C en invierno por lo que se estimaban y cuidaban más por necesidad que por capricho. 

Hoy en día mantenerlos así, en medio, sí es un puro acto de amor.

Armand Paz (texto y foto)

lunes, 12 de marzo de 2018

IN MEMORIAM

El pasado día 17 de enero de 2018 se colocó la maquinaria restaurada del viejo reloj de la torre, sobre un armazón de hierro, en el salón de plenos del Ayuntamiento de El Pobo, donde quedará ya expuesta. Puede datarse su antigüedad entre las décadas de 1920 o 1930.


Con cuidado, se tomó nota de las instrucciones para ponerlo en hora y accionarlo que nos dio el relojero D. Francisco Gómez Jiménez, encargado de su rehabilitación, a fin de no "estropialo". Ya padecía ciertos achaques cuando se sustituyó por otro electrónico que hay ahora.


A su vez, la primera esfera del reloj fue de cinc, la siguiente de cristal y la que hoy luce en lo alto del campanario es de metacrilato.



Por las características térmicas de los materiales del reloj (hierro y bronce), más en lugar tan expuesto como un campanario de la Sierra, en invierno atrasaba y en verano adelantaba. Por ello, había que ajustarlo desde la rosca que tiene el péndulo para contrarrestar dichas acciones. En este tipo de relojes la vara del péndulo es de madera.


El cuartito del reloj, que está un poco más abajo del cuerpo de campanas y cerrado con llave, fue siempre objeto de misterio y curiosidad para los legos. A través del tiro de la torre descendían las pesas. En algún momento se colocó un pequeño motor para hacer el remonte y no tener que subir a darle cuerda al reloj, que funciona por gravedad.

Nosotros sólo hemos conocido un relojero en El Pobo: el tío Pedro Sánchez, fallecido el día 7 de enero de este año y enterrado aquí. Fue hombre de iglesia, de guiñote y de huerto; albañil, cantador de albadas y juez de paz. Parece como si con él se cerrara una época completa. A este respecto, creo que muy apropiado sería recordar un proverbio latino, escrito en algunas viejas esferas de reloj. Dice así: "Vulnerant omnes, ultima necat", o sea, todas hieren, la última mata, refieriendose a las horas y que, en este caso particular, atañe al relojero que tanto se desveló. No en vano, en la maquinaria del reloj reza una placa:

Restaurado por:
Relojes y campanas monumentales, 2018
En recuerdo a:
PEDRO SANCHEZ TENA
1935-2018

Fue el Ayuntamiento quien históricamente se hizo cargo del reloj de la iglesia hasta hoy en día. No fue el primer mecanismo. Rebuscando en el Archivo Municipal puede verse el pago del Concejo a Esteban Domingo por "Cuidar del Relox", ya en el año 1729. Ese empleo será heredado por su hijo, Braulio Domingo. El cerrajero Miguel Sánchez Nadal suele hacer reparaciones del reloj por aquella época. Fue el artífice de los herrajes de la puerta del Loreto (1748), que orgullosamente marcó con su nombre. También hizo los existentes en el portón de la desaparecida casa del número 12 de la calle del Carmen, actualmente solar. Parte del arco de medio punto que lo enmarcaba, fechado en 1737, podemos verlo hoy encastrado en el piso superior de la antigua carnicería, haciendo de ventanal. Luce un escudo heráldico. Son las paradojas del destino: tan celosos como se mostraron los concejos del siglo XVIII frente a los privilegios de los infanzones, nunca habrían permitido colocar otro emblema distinto al suyo en un edificio de clara titularidad municipal.


Desde lo alto de la torre un nuevo reloj da las horas. Como siempre, las da a ricos y pobres por igual. A las plantas de sus pies, junto al amplio arco ojival del atrio, impertérrito, marca el devenir un reloj de sol de muy buena fábrica, hecho de un solo bloque de azulada piedra de calar en 1706.

Reloj de sol en la iglesia de El Pobo
Éste ya dio la hora del cambio de dinastía austriaca a la borbónica en el trono de España y otros muchos momentos nuestros no tan pregonados. El tiempo no perdona.

Juanjo Martín Escriche (El Pobo)

jueves, 8 de marzo de 2018

UN AMANECER EN EL CAMINO DE LOS PILONES DE ALLEPUZ

Subo por las estrechas calles de Allepuz hacia las eras. El cielo, limpio de nubes, ofrece cientos de estrellas en el firmamento pero ya asoma el alba sobre el Maestrazgo. No se oye nada en esta noche fría de invierno. Ni los perros. En las casas aún no se han encendido las estufas ni las luces. 

Por la vieja calzada remonto hasta el peirón de San Cristóbal. En la loma de La Hiedra no corre el aire. Hace mucho frío. Un frío que muerde en las manos y en la cara. El alba clarea por los montes de Villarroya de los Pinares. Los erizos (Erinacea anthyllis), como un gran rebaño de ovejas, se extienden por el páramo.


El sol no tiene prisa en salir en esta madrugada de diciembre. Por cierto, la víspera del solsticio de invierno. Finalmente, asoma tímido sobre los montes  ...


... iluminando los pétreos pilones que jalonan el antiguo camino real ...


El camino que, según el Llibre del Feits, recorrió el rey Jaime I en 1233 desde Alfambra a Villarroya cuando tuvo noticia de la toma de Morella por Blasco de Alagón. O cuando, pocos meses después, partió de Teruel hacia Peñíscola tras su toma por las tropas. Por ello este itinerario también ha sido bautizado como la Ruta de Jaime I.


Los primeros rayos solares comenzaban a fundir los diminutos cristales de hielo formados durante la noche sobre la vegetación.


Primero, los más expuestos, los orientados hacia el este, como puede apreciarse en las espinosas ramas de este toyago (Genista pumila), otra especie de mata almohadillada propia de los altos páramos de la cordillera Ibérica.

En las agujas del erizo, los cristales van desapareciendo con rapidez al tiempo que asoma el verdor propio de la mata. Merece la pena detenerse unos minutos y observar cómo se produce la retirada del hielo hasta las acículas de poniente donde se acantonan permaneciendo casi una hora más.


Pero los agudos cristales de la rosada no solo cubren las plantas, también las piedras, suavizando sus formas.


Es hermosa la sencilla sobriedad del pilón.


Construidos con trozos de caliza (mampostería) unidos con mortero. Cada cual tiene tres partes. La base es un cilindro de unos 75 cm de diámetro y una altura variable entre 50 y 65 cm. El cuerpo intermedio, algo más esbelto y generalmente con el mampuesto enlucido, tiene un diámetro de 60 y una altura de 150 cm. Este soporta un capitel, de idéntico diámetro que la base e igualmente sin lucir, pero mucho menos alto (10-15 cm) y que puede estar cubierto por una redondeada cobertera.


Sorprende encontrar esta alineación de pilones en estos páramos calizos. El conjunto tiene un aire helénico, recuerdan a estas columnatas erigidas por los griegos en homenaje a sus dioses, mitos y héroes. Nada que ver.

El Camino de los Pilones es fruto de la necesidad.

Para entenderlos hay que adentrarse en la historia industrial de las Tierras Altas de Teruel. Sí, sí, industrial o protoindustrial, si se quiere afinar. Desde el final de la Edad Media hasta principios del siglo XIX, las sierras del sur de Aragón, lo que serían los partidos de Teruel, Albarracín y las Bailías del Maestrazgo (en el de Alcañiz) desarrollaron una vigorosa actividad industrial de transformación de la lana.


La expansión de la Corona de Aragón hacia Valencia permitió a los numerosos rebaños de ovino turolenses disponer de abundantes pastos durante la invernada mediante la trashumancia. En octubre ganados y ganaderos bajaban al Reino por los puertos de Barracas siguiendo diferentes azagadores que los acercaban a las planas litorales, el dorado del pastor. En mayo, cuando comenzaban a agostarse los pastos en los montes y prados valencianos, ganados y ganaderos desandaban el camino y accedían a los pastos de las sierras de Gúdar, Javalambre, El Pobo, Maestrazgo y Albarracín.


La lana era el producto. Una parte de la misma era exportada hacia Italia, Francia u Holanda. Pero el resto era elaborada en la zona fabricándose diversos productos textiles: paños, bayetas, cordellates, estameñas, guerguillas, ligas, bureles, medias y fajas. Confeccionados durante todo el año por oficiales (pelaires y tejedores) y por familias enteras, especialmente mujeres, y, cuando no había trabajo en el campo, durante el invierno, por aquellos hombres que no bajaban al Reino. En los hogares, mientras se apacentaba el ganado. En cualquier momento.

Los productos textiles tenían una gran calidad y eran vendidos fácilmente en mercados extraregionales e internacionales, como acreditan documentos de la época. Los siglos XV y XVI fueron de una intensa actividad económica y esto tuvo su reflejo en un crecimiento demográfíco y urbano en las Tierras Altas de Teruel, pero también en el Alto Alfambra, levantándose notables edificios civiles ...

Casa Grande de Allepuz 
y religiosos ...

Santuario de la Virgen del Campo. Camarillas
Teruel, Mora de Rubielos, Villarroya de los Pinares, Cantavieja, Rubielos de Mora, Albarracín y Linares de Mora eran los centros principales. Pero, esta actividad no estaba concentrada sino diseminada en la mayor parte de las pequeñas poblaciones de estas sierras.

Para comprender la dimensión de la importancia de esta industria textil vamos a aportar algunos datos extraídos de "Tiempo de industria. Las Tierras Altas Turolenses, de la riqueza a la despoblación" (Antonio Peiró, 2000), texto clave para comprender la historia moderna de esta parte de Aragón.

El Censo de Floridablanca (1786-1787) es el único censo de la Edad Moderna que ofrece una clasificación profesional para cada localidad de España. Por aquella época, la industria textil se encontraba en plena crisis, de la que ya no saldría. Aún así, las cifras del censo indican que en el partido de Teruel la población industrial era del 23,7% siendo del 13,7% para el conjunto de la población activa de todo Aragón y del 15,9% para la ciudad de Zaragoza. Por poner un ejemplo, la localidad de Ababuj dedicaba el 26,2% de su población a la industria, aunque según el citado investigador, puede que no incluyera a toda la población activa femenina.

Ermita de Santa Ana. Ababuj
Otro dato. Entre 1718 y 1720 se encargaron a los tejedores y pelaires de Villarroya de los Pinares 150.000 varas de paño para las tropas españolas que se embarcaban hacia Sicilia. En 1729, tras un nuevo pedido del ejército, fueron fabricadas en tan solo seis meses 45.000 varas de guerguillas, lo que representa el 51,9% de la producción en ese tiempo de la castellana ciudad de Segovia, donde la Real Fábrica de Paños aún mantenía su actividad.

En síntesis. Las sierras de Teruel eran un territorio poblado y muy activo. Por sus caminos, los más de herradura, se desplazaban diariamente muchas gentes y muchas mercancías. Por la orografía y el clima, eran unos caminos difíciles sobre todo durante los largos inviernos, cuando las nieves cubrían las montañas. E incluso peligrosos, cuando las nubes se instalaban reduciendo la visibilidad y más si venían acompañadas de ventisca, pudiendo provocar la desorientación o la precipitación hacia barrancos. Las crisis frías y las anomalías en las precipitaciones (sequías o periodos muy lluviosos) acontecidas en los siglos XVI y XVII (Pequeña Edad del Hielo) en Aragón, incrementarían todavía más la peligrosidad.


Aquí puede estar el origen del Camino de los Pilones.

El historiador José Ramón Sanchís, en base a diversos documentos consultados, sugiere que la construcción de este camino debió de ser realizada o, al menos, promovida, por el Estado a mediados del siglo XVIII. En esta época, en plena Ilustración, las comunicaciones se impulsaron para favorecer el tránsito de mercancias y el comercio en toda España. El tramo Allepuz-Villarroya de los Pinares no era más que una parte del Camino Real que conectaba la ciudad de Teruel con el Maestrazgo de Castellón. Era una importante vía de salida de productos textiles y de lana hacia los mercados. Se han encontrado pilones en otras localidades: Corbalán, El Pobo, Cedrillas, Allepuz, Fortanete, La Iglesuela del Cid y Portell de Morella.


La presencia de estos monolitos dispuestos a una distancia que los hiciera visibles a través de las nubes que cubrían estos páramos o las ventiscas que se desataban en los inviernos orientaba a los caminantes reduciendo los peligros. Esta gran obra pública debió de suponer un gran esfuerzo. Cientos y cientos de pilones, posiblemente varios miles, si no llegaba a perderse continuidad, jalonarían los más de 80 kilómetros que unen Teruel con Portell de Morella.


El camino se acerca al cauce de un arroyo que surca el fondo de la loma de La Hiedra. Es la cabecera del barranco de Fuenmayor, el que pasa junto al pueblo de Jorcas, donde recibe el nombre de Regajo. Se trata de una extensa planicie calcárea en la que la infiltración del agua es importante, por lo que el caudal debe ser habitualmente escaso.

Y más este año, tras cuatro meses de falta de lluvias y tras cuatro años de sequía. Pero ahí están. Una pequeña arboleda de chopos cabeceros, bien cuidados y recientemente aprovechados, marcando la vocación del terreno y la secular cultura campesina de aprovechar los árboles.


Al pasar junto a una fuente, el Camino Real deja el llano y asciende una ladera poblada de enebros, villomeras, galabarderas, aliagas y erizos. Son arbustos que protegen a las arcillas y margas que allí afloran de la erosión causada por el agua. Los pilones se yerguen entre las matas.


La senda traza unas lazadas antes de superar la cresta caliza. Desde allí, al girarte, se aprecia la extensión de la loma de La Hiedra, con amplios pastos aprovechados por las ovejas desde hace más de seiscientos años. Posiblemente muchos más. Y algunas tierras de labor, seguramente antiguos pastos, en terrenos de algo de suelo. Este es el hábitat idóneo del rocín (Chersophilus duponti), pequeña alondra que en primavera buscaremos por tratarse de una especie amenazada en Europa.


Y, al superar la cresta, el camino vuelve a llanear. Ahora, sobre la Loma de Tras la Hiedra. El viajero camina por una senda jalonada de pilones. Es un paisaje que impresiona por su belleza. El silencio solo roto por el canto de la totovía, el frío en la cara, los chaparros erizos, las líneas horizontales de páramos rotas por las esbeltas y rústicas columnas.


El Camino de los Pilones, en el tramo comprendido entre Allepuz y Villarroya de los Pinares, fue declarado por el Gobierno de Aragón como Bien de Interés Cultural, en la categoría de Conjunto Histórico (Decreto 69/2008). Junto con el Camino de Santiago a su paso por Aragón, es el único itinerario cultural e histórico que ostenta este reconocimiento.

Y no es raro que también se haya aprovechado para la práctica del senderismo. En este caso, casi no han hecho falta ni las marcas de pintura ni los habituales postes. Es un paseo bien conocido por los excursionistas y es frecuente observar algún grupo, sobre todo, en fines de semana. Casi siempre de origen valenciano.


Alcanzo el límite de los términos, junto a un pequeño pinar de repoblación. Doy la vuelta para desandar el camino pues tengo que volver a Allepuz donde he dejado el coche. Hasta Villarroya de los Pinares quedan casi cuatro kilómetros.

Vuelvo pensando en la pasada prosperidad de estas tierras. En el siglo XIX la industria textil turolense acusó la quiebra del Estado, su mejor cliente, tras la guerras (napoleónicas y carlistas), las roturaciones de pastos tras las desamortizaciones y la regresión de la cabaña ganadera. No pudo adaptarse a las innovaciones (manufacturas, energía hidráulica) y desapareció hace poco más de un siglo. Sin dejar huella en la memoria colectiva.


 Un paseo por el Camino de los Pilones, es también un paseo por nuestra historia.

martes, 6 de marzo de 2018

UN DÍA DEL ÁRBOL MUY ESPECIAL EN GALVE

Desde hace diez años la Asociación Cultural Dinosaurio de Galve viene celebrando el Día del Árbol. Armados con legonas y con mucho entusiasmo, niños y mayores plantan en algún fin de semana del final del largo invierno varias docenas de chopos a lo largo de la ribera del Alfambra a su paso por la localidad. 

En estos años, son ya varios cientos de árboles los que han sido plantados. Algunos se han secado, siempre ocurre, sobre todo tras periodos de sequía intensa, como los que se han producido durante  los últimos años. Pero, otros muchos, han arraigado bien y desde entonces continúan su desarrollo. 


Los árboles han sido plantados en uno de los bosques de ribera más frondosos del sur de Aragón: la ribera del Alfambra en Galve.


Esta arboleda tiene varios miles de robustos y ancianos chopos cabeceros que llevan siendo aprovechados desde hace muchas décadas por los vecinos para conseguir vigas y leña tras escamochar sus ramas, y pastos en los prados que crecen bajo estos frondosos árboles. También tiene un hermoso bosquete de álamo blanco y bastantes sauces trasmochos, alguno muy notable. Todo ello, salpicado de diversos espinos, como el vizcodero, el agrillo y la gabardera. 


Los vecinos de Galve saben que aunque los chopos cabeceros pueden vivir muchos años, sobre todo si se les poda con regularidad, hay que reemplazar a aquellos que se mueren. Lo saben por que siempre lo han hecho. Porque si no, no existirían los árboles que ahora disfrutan. Porque hay que pensar en el futuro, en los hijos, en los nietos y en los hijos de los nietos. Por eso, reforestan año tras año. 


Y lejos de plantar especies foráneas, mal adaptadas al terreno y al ecosistema, lo hacen plantando una especie propia: el chopo o álamo negro. No solo eso, con el mayor de los aciertos, siempre que les ha resultado posible, emplean variedades locales pues se plantan ramas jóvenes obtenidas a partir de árboles de la zona.


Este año la Asociación Cultural Dinosaurio va a celebrar el Día del Árbol el próximo sábado 10 de marzo. A las 10 de la mañana, iremos desde la plaza a la zona de los dinosaurios, cerca del río, donde empezará la actividad.


Este año, en su undécima edición, es un poco especial. Es especial  porque no se van a plantar árboles. Se van a podar a los jóvenes chopos para hacerlos cabeceros. Es la poda de formación. Cortando la rama principal, se favorece el crecimiento de las ramillas laterales que, con el tiempo, se convertirán en las futuras vigas mientras el tronco se sigue engrosando. Esta tarea la realizarán unas personas experimentadas. Los demás colaboraremos picando alrededor de los arbolicos para quitar las hierbas que compiten por el agua, en estos primeros años, tan importantes para su supervivencia. Y, con una cuba, se regarán todos ellos, dándoles una ayuda por si la primavera viene seca.

La actividad terminará con una comida popular en el merendero. Todo ello, si el tiempo lo permite, pues si hay lluvia, se pospondrá para otro fin de semana.

Chabier de Jaime (texto) y Tomás Sanz/A.C. Dinosaurio (fotos)

jueves, 1 de marzo de 2018

TIEMPO DE ESCAMOCHAR

Escamochar, remoldar, escamondar, caudillar, escabezar, escamoldar ... nombres populares que son diferentes en cada pueblo, en cada familia, y que sirven para denominar a un mismo trabajo. Cortar todas las ramas que nacen de lo alto de un tronco y a una misma altura en un chopo cabecero, o en un sauce o en una mimbrera. Es lo que los técnicos llaman desmochar.


Es invierno. Es tiempo de escamochar. De preparar la escalera y subirse a la cabeza, o toza, o capota, o cabezada ... a la cruz (de nuevo, los técnicos) que de todas esas maneras se llama. Antes con la segur o el astral, en la luna menguante entre diciembre y marzo, para evitar que se querasen las vigas una vez puestas. Ahora con motosierra, dando igual la luna, pues la madera solo se usa para leña. El árbol está en reposo, con la savia parada. Recuperándose tras el esfuerzo del pasado verano.


Y con agilidad y habilidad, ir tirando una a una, todas las vigas del chopo. Primero las de fuera, para abrirse camino hacia el centro. Dirigiendo la caída para evitar el río o la pared cercana. Inclinando el corte, apurándolo a la cabeza.


El árbol, sin el peso del ramaje, tardará semanas en brotar en la primavera. Se rejuvenecerá bruscamente. Los brotes o rechizos, abundantes en la cabeza, competirán por la luz y solo los mejores prosperarán. 

Leña para la casa, tras hacerla tarugos. Más luz para el huerto. Vida para el árbol y para los que en él viven.

Invierno, tiempo de escamochar.